viernes, 30 de septiembre de 2011



Instrucciones para soñar


A Pia Kobal, quien sueña...

Hay entre nosotros un palmo de distancia que se mide “a la lentitud” del lenguaje y del viento que llega del norte; un peso de materia y energía que ha de tasarse en la multiplicación incontenible “a la velocidad de la luz”; quizá sea probable que lo incognoscible que somos cada cual para el otro o para sí mismo sea mesurable en la división a la enésima potencia del llanto, de las nostalgias convergentes o por la rotura que, a nuestros pasos, forman las hojas secas en a ciudad querida cuando llega el otoño; existe -si eso puede ser llamado así aún considerando a los entendido en el tema- la comprensión del origen de nuestro universo en cada gota, tan singular como universal, que cae de la nube negra, y que en su caída, en su estallido sobre el techo de los edificios, rememora con particular belleza el big bang que los astrofísicos se empeñan en reconstruir al interior de sus laboratorios. Esta realidad, como puede verse, tan complicada y lúcida para todos nosotros debería, tal vez, bastarnos para liquidar nuestros tiempos de ocio y nuestras horas laborales de oficina o de traslado por la campiña; pero es sabida que la naturaleza humana que nos acompaña desde la primera bocanada de aire que tomamos –desnudos y a merced- no se reduce ni da lugar a astringencias de este tipo. El problema, en esta sabiduría cotidiana, es que todo parece señalar con indudable credibilidad que la realidad es lo que es y no hay más allá que el fastidioso ring del despertador, las labores, los deberes, las relaciones que entablamos, los noticieros, los aviones, la hormiga que busca y encuentra el alimento para la comuna; en fin, el listado simple y llano del tran-tran quotidiano que nos aprisiona para decir que así debe ser todo: la realidad.

Pero un día, cualquiera que sea del calendario, a cualquier hora, cualquiera que sea del reloj de pared que cuelga del salón, se tiene la intuición, la remarcada, así como tan renovada, intuición que algún alquimista del siglo XVI sintió. Si este momento llega atienda a las limitadas instrucciones que aquí se brindan para soñar.

Sienta la suspensión de la realidad; pero tenga cuidado: no la ponga entre paréntesis, ¡póngala entre signos de admiración¡ esa admiración que nos hace salir y buscar la brisa marítima. Atienda que el mar guarda en sus profundidades de una oscura brillantez el celoso secreto del sueño del cachalote. Admírese por ese sueño, porque al fin ha entendido usted que la realidad no le basta: que eso que pasa y le pasa no le basta: usted no es usted. Transite en invierno los senderos vírgenes que aún no han sido violentados por la realidad. Corra, brinque sobre un pie –como lo hacen los críos- y, colmada de ansiedad, respire los secretos de la brisa marina que sólo y exclusivamente conoce el cachalote: el predecesor más incognoscible de nuestra humana condición. Mire cómo la luz de la estrellas tintina de pudor sobre las olas del mar, sobre la energía que no se somete a las cuantificaciones del viejo físico alemán. Con el entusiasmo al máximo, respire el sueño, el aliento del ensueño de los que no se fían de las certezas. Vuélvase aliento, aliento simple y prístino que no se pesa, que no se cuantifica, ni dignifica con el verbo.

Ahí, frente al mar. Deje pasar el tiempo admirado. Cuente uno, dos, tres… como le enseñaron en el cole, sí, sujeta, pegada, clavada al pupitre de primer año. Recuerde que sobre usted, debajo de usted, alrededor todo de usted y nosotros, hay galaxias que estallan, que se forman y nulifican, y que de ese estallido sordo en el universo se genera la otra materia: oscura y luminosa de los sueños (como el hábitat del cachalote).

Así, frente al mar que nutre a las familias de los pescadores, encienda una luz de bengala. Chispeante, juguetona la bengala le contará la historia, mejor decir, el mito. Sujétela delicadamente sobre su mano diestra. Cierre los ojos, esos ojos llameantes que han visto tanto murmullo. Sienta cómo, a cada momento que se consume la bengala, le embarga en su alma sin idioma el magnífico aleteo de mariposas imperceptible que rememora y renueva el sueño que alguna vez sintió el poeta y su palabra, los enamorados y su dolor de estar lejanos, el músico y el tono nunca antes conocido. Sueñe, sueñe el murmullo del mar, el padre que sale de casa por la madrugada; el sueño del revolucionario que se perdió en la selva; el sueño de los presos, de los marginados, de los que quieren algún día volver a verse o encontrarse; sí, soñando, sin detención ni miramientos, el sueño que se engendra a un lado del mar mientras encienden una bengala. Siga soñando que no aún queda mucha bengala: el sueño del crío que espera el juguete; el sueño de paz que cada bala, cada bomba, cada moneada que violenta la tranquilidad del mundo; sueñe con quien la sueña a millas náuticas de distancia de realidad; sueñe con el sueño del científico que imagina los átomos en explosión y ha olvidado jugar con los átomos mismo cuando la luz solar entra por la ventana. Sueñe un más allá de la velocidad de la luz, de la lentitud de la amargura. Sueñe ser alguien más, como el cachalote que imagina otros cuerpos, otros mundos, otros diciembres en el mar. Sueñe y sonría, porque está realidad es tan mínima para lo que podemos ser y soñar, ser y... Sueñe con un “n” convertida en “ñ” cuando dice “yo sueño” al intraducible idioma de la ONU.

Mientras la bengala se consume y llega a su fin no olvide la placidez soñada de su rostro lindo y bello cuando se sueña así. Siga soñando aunque la bengala se haya terminado, sí, siga, continúe, porque hay más mar, más bengalas y muelles y personas, más estrellas que a su vez la sueñan a usted.

Sonará el ring, volverá el tran-tran y en un laboratorio reproducirán el big bang, el neutrino y su rápidez que desmiente al sabio; pero se soñará porque aunque la materia de esta realidad pese y todo sea multiplicable nadie podrá detener al cachalote, al poeta, al músico, al revolucionario… a todos los que adviertan que esto no debe ser así.

Hay un palmo de cercanía entre usted y yo: ese incontenible trayectoria de los sueños.

No deje de seguir estas instrucciones que son el sueño de un hombre que no pisa el mar hace tiempo, desde aquellos días cuando avistó al cachalote a sotavento de la realidad.

martes, 20 de septiembre de 2011

La evasión

Nos quedamos callados, acallados… hasta podría decirse que ensayamos todos y cada uno el padecimiento colectivo del dolor que produce hablar o murmurar siquiera. Nos quedamos mudos porque todos y cada cual a su manera sofocamos la palabra maldita: aquella que mal-dice, que es animosa y busca ocasionar los estragos más profundos en el tiempo futuro del destinatario, hacerlo y mantenerlo en lo que es y será: un maldito.
Habíamos llegado —probablemente ahora que lo pienso haya sido así— mudos; cada cual y ninguno con su preocupación propia, tan propia como atomizante: átomos con ventanas, sí, pero éstas selladas con papel periódico viejo y amarillento, con noticias de un mundo que no conocimos. Con el peso del invierno en los bolsillos de los abrigos oscuros y tristes. Formados para entrar, con el billete en mano, esperando a que las acomodadoras (esbeltas, viejas y jóvenes, nacidas ayer y sin rastros de adolescencia en la cara)  abriesen las puertas; con la impaciencia poco podía decirse sobre sí percibíamos el calor ajeno e insípido del prójimo, mejor decir, del arrimado a esta esquina del mundo en el barrio de Antón Martín. Es diciembre y algunos nos hemos medio emborrachado en la barra del cine Doré para olvidar que a este cine se viene por regular solo o acompañado pero siempre como si se viniera solo. Las proyecciones en blanco y negro, la oscuridad en su mixtura con los tosidos y ruidos propios de un animal político encerrado bajo el pacto social de no lastimarse tomando ventaja de las condiciones de cautiverio voluntario, así como lo vintage del Doré nos hacen entender que este no es un espacio ni de cultura ni de entretenimiento: es un espacio, sólo eso, y cada cual le da anchura a sus complicaciones vitales; quizá somos más cómplices que otra cosa dentro del Doré, tal vez por eso mismo resulta extraño vernos las caras, sabernos tan ciudadanos o migrantes comunes, o tan gafapastas, intelectualones, frikies o viejos cuando estamos esperando a que nos abran la puerta.
Nos conocemos, somos asiduos y nos conocemos. Cada cual y todos adivinamos lo que haremos o no haremos con nuestras vidas fuera de aquí. Una vida tan cotidiana, tan decurro y tan media como poco excepcional lo permite vivir en Madrid. Otros se irán al Prado, al teatro o se quedarán en casa viendo los DVD en las  pantallas que han desplazado a las aceras mojadas a los magnos televisores. Nosotros venimos como una tribu buscando su origen a base de mil mitos, con sus constantes de desilusión o anhelo que en todos los idiomas se dicen igual, la universalidad cuando se está en el cine Doré.  Ya sea “Toro Salvaje” o el “ciclo  de Chaplin restaurado”, venimos a aquí porque comulgamos y quizá por eso hacemos hábito y del hábito una costumbre (los improvisados o descuidados que vienen por casualidad pensarán que una costumbre ridícula) de aplaudir cuando un filme nos ha gustado. Sonreímos y únicamente un segundo… hasta tres está permitido, antes de salir a la intemperie de la calle, a la crudeza de un cielo siempre gris, para retornar a la dureza de los rasgos que nos arranca el frío. Nos vamos por ahí caminando, encorvados, a veces hasta chocamos por el Barrio de las Letras con los que teníamos sentados alrededor pero disimulamos no habernos visto jamás, porque cada cual (sin el “todos” que fuimos en nuestra butaca) rumiamos, proyectamos, transferimos y hacemos todo eso que dicen los entendidos del filme visto a nuestro fuero interno.
Le trou de Becker se ha terminado y estamos acallados, violentados en la palabra. Pero tres segundos después sí soltamos el aliento, la vida; y sin poder contener las formalidades he escupido “¡Qué mierda, Gaspard!” Desconocida esta entonación, este énfasis, quieto, supongo que sería algún otro que lo dijo, algún otro  que habla y escupe un castellano como si masticara un mal sabor de boca. En el contexto de la oscuridad, con sus infinitos instantes de narración en tercera persona y testigos universales de la trama (o del desgarro del hilo vital, de la solidaridad y la camaradería), todos sabíamos que esas cosas que hizo Gaspard son una mierda, y por más que le buscásemos no había más palabras. Una carroña frente a ti en plena descomposición y escupes. Ahí, en el silencio, todos sabemos que las situaciones hacen comprensibles ciertas acciones; pero nos importa un carajo lo comprensible y nos quedamos con lo ruin que todos y cada uno puede ser. Hoy no hay aplausos, hay ese acallamiento y después un “¡mierda!” breve, susurrado por cada cual para sí y para el que tiene al dintonorno de su existencia en la butaca que ahora lo sostiene.
Con el cigarro entre los labios, pensando quizá en encontrarme con algún conocido en el garito de “En busca del tiempo”, camino por Huertas con la sensación plena y conocida de la decepción. Todos salimos del Doré así: colmados y pletóricos de decepción por ese Gaspard en evasión que llega un buen día y se nos instala en las celdas de nuestras frustraciones y nuestros pocos ensueños de realización, tan disolubles al menor solvente de la duda o de la seguridad.
A las 9:40 me detengo bajo la farola fuera del “Populart”. Sale el sonido constante y a veces indiscernible del trío de jazz inglés que esta semana toca. Pienso en el pan de centeno sobre la mesa de casa, en el vino blanco a media botella y después se me ocurre que no hay “evasión” que de cualquier forma y con cualquier arte se está tan jodido como cualmás, así que un poco de jazz no vendrá mal. 

lunes, 21 de marzo de 2011

Instrucciones para cuidar a una madre enferma.

A Anel

Dos cucharaditas de sonrisa, una tableta de comprensión y sueño, muchos sueños bellos, de agua de mar, de pan recién horneado y de juguetes nuevos para recuperarse pronto de un accidente de tales magnitudes; procure que le abracen con cuidado y nada de nostalgias. Tome pretextos para sentirse querida, pretextos como este: la velocidad de un frutero y la resistencia de los cuerpos, de su cuerpo, ante un bólido son una combinación que lamentablemente las leyes de la física aún no logran evitar, así que usted ya puede decir que es un elemento (no X, sino femenino y rotundamente despejada de las incógnitas del vivir) que se encuentra entre la constante y la variante, entre eso factores, también -por qué no- de una extraña relación a distancia que dos cuerpos sufren desde una misma causa en la física cuántica: el dolor corporal y amor infinito de sus familiares. Así que respire en paz, ahora que no ha visto su vida pasar frente a sus ojos: nada de aquellas tardes tumbada en el césped, nada de los cuidados maternos que le prodigaron, de sus amores pasados; sólo un estrépito que uno no sabe de dónde viene, los médicos y finalmente la familia a su lado. Recuerde escuchar algo de la música que le gusta, tararee alguna añeja canción, pero hágalo con gusto, sin nostalgias, que en su proceso de recuperación pueden ser causa de complicación. Siga las indicaciones del doctor. Por cierto, una delicia de repostería no le vendría mal, está permitido.

lunes, 11 de octubre de 2010

Intrucciones para comenzar a vivir con alguien

Mientras prevé su salario, sus gastos del mes, sus años de edad, sus inquietudes por el paraguas dejado en casa (ahora que ha llegado el otoño), sus libros sin leer que descansan en los estantes como provisiones de comida (pues se lee cuando a uno se le abre el apetito), sus esperanzas rotas, sus ideales maltrechos por los desalientos de esta vida; mientras piensa en la amplitud y anchura de su cama, en los cajones de la cómoda, en la cantidad de perchas del guardarropa, en sus aficiones televisivas y su único aparato receptor de señal televisiva; mientras sigue sumando su espacio de secretos, su cajita de zapatos transmutada en cajita de secretos guardada en algún rincón de casa; mientras analiza los pros y los contras que le propinará la familia, los amigos, el Estado, los test de las revistas masivas sobre el ideal de pareja y se salta a la página de horóscopos en donde se dice a la letra con un tono de insolente familiaridad que “en tu visa social: el equilibrio es lo más importante”. Retome la página 4 del periódico gratuito y vaya a ver la previsión climática: “se esperan lluvias torrenciales”. Vuelve usted a pensar en su paraguas. Usted camina ahora la a medias empinada calle Del desengaño, guarida ensombrecida por el edificio del Ministerio de cultura, en donde perviven prostitutas, chulos y clientes solos y desolados. Piensa en ese asunto de “los pasos” que una persona de su edad ha de dar, según la psicología social del programa matutino de 9 am. conducido por seres irreales de un Uranus que nunca se ofrecerían en la calle Del desengaño: animadoras y animadores, cuya vida no se parece a la suya: ríen, hacen al idiota incansablemente cinco días a la semana y le alegran la vida a amas de casa, desempleados y a Jenny la peluquera/o que corta el cabello con intuiciones de vanguardia en el local 7 de la calle Injusticia.


Era de esperarse: uno debe dar “el paso”. Usted piensa en las presiones sociales que se enmascaran en las premisas de la edad, del programa televisivo aquél, en sus conversaciones de tono grave que ha tenido con su pareja después de… ¿cómo decirlo? un tiempo razonable. Pondera esa posibilidad de cerrarse todas las posibilidades a alguna aventura amorosa más, a alguna conquista nocturna o al encuentro con esa pareja ideal que le espera, siempre le espera, bajo el ciprés en la campiña en una tarde de verano; pondera, también, la posibilidad de que su ser amado descubra su caja de secretos, sus fotos de antaño, sus bochornos de conciencia. Pondera la deslumbrante idea de ingresar a la Bolsa de valores (ubicada en la avenida de la Reforma) estas virtuales “acciones” suyas, para que algún corredor de Bolsa encuentre el índice especulativo de pros y contras que acarrea el ir a vivir con su amado. Esta idea se ve oscurecida en el cielo de sus ideas por una mejor, más radiante: no todo se trata de Usted, porque filósofo de la sospecha como es, su meditación muestra un alcance más amplio y una profundidad más intensa, ¿cómo no se le había ocurrido antes? Subjetivo ser egoísta, egocéntrico, egotista, ególatra y demás exuberancias del ego: se trata del otro, el-problema-del-otro. Ahora, sorprendido por un aguacero torrencial mientras se hallaba sumergido en estas cavilaciones, y a falta de paraguas, se guarece en el portal del número 3 bis de la calle El resguardo; pero, con todo, la mente encuentra su timin’ pues si se trata de vivir con el otro, ¿no es lo más natural cuestionar por la realidad, sí, del otro? No esa realidad cálida que siente junto a usted a la hora de dormir juntos en una cama que siempre es tan inmensa porque les permite estar juntos, esa realidad de cobijo en un mundo que llueve de estas maneras, esa realidad que le quita el apetito de comer, de leer y que le alimenta hasta el hartazgo de mariposas el estómago y de ilusiones el alma. Nos referimos a la realidad de la cual siempre cabe sospechar: se le ocurre pensar en que lo mejor sería contratar un investigador privado que lo ponga al tanto de los años en que Usted fue una ausencia, un inesperado. ¿De cuántas cosas no se vendrá a enterar Usted de ese otro que quiere quitarle sus espacios, saturar sus cajones, llenar el espacio del lavabo con otro cepillo de dientes, otro dentífrico, colmar sus estantes con otros libros, negociar la ducha por la mañana, los tiempos con sus amigos, cabildear sus vacaciones, alterar sus horarios, ingresar manías gastronómicas a su frigorífico? Un investigador privado, un Imán de la sospecha, un conquistador de lo secreto. Eso le vendría muy bien. El otro desconocido, su ser amado, sometido al conocimiento total antes de dejarle pasar del todo; porque, piensa Usted -ahora que la lluevia no amaina- en que los pasos que debe uno dar en la vida tienen que ser más seguros, y más a su edad en la cual ha de “encontrar un equilibrio”.

Ya aquí, guiado por sus valiosas e inéditas intuiciones, como cuando quiere poner a funcionar, sin éxito alguno, el aparato electrodoméstico que ha comprado sin leer el instructivo, aténgase a esta parca instrucción. Primero, recuerde que de pequeño le deleitaba la lluvia en aquellas tardes en que renegaba de sus mayores por los consejos aquellos de “no te mojes”, “ponte el impermeable”, a los cuales lograba desobedecer incauto de las consecuencias en las vías respiratorias (cuando las había). Déjese de necedades sobre el asunto de la Bolsa de valores y el investigador privado, y comience por cuestionar ¿cuándo fue que le comenzaron a preocupar tanto las lluvias de otoño, los paraguas y los pronósticos del clima? Luego, piense que en esos animadores de programas televisivos como en los esotéricos realizadores de horóscopos el desvivirse y la desolación les es tan común como lo es hoy día para cualquiera (como lo es para Usted). Finalmente, deje su vocación de sospecha por la certeza total de que ese otro, que es su ser amado, seguramente está ya más dentro de su vida de lo que Usted se piensa, porque siempre pensamos en la seguridad de los pasos cuando estos ya han sido dados. El encuentro de sonrisas al abrir la puerta de su pisito en la calle del Povernir 48, 5º puerta A, sus tiempos juntos, la preparación de la comida en la cocina, el despertar tan cerca en la mañana, los objetos olvidados por el otro en la habitación suya -como Usted ha olvidado el paraguas ahora en casa del su ser amado-, son ya la constatación de que usted vive con el otro, vive para el otro y no hay paso más seguro que este: darse cuenta de que o debe buscar otro escondite para sus secretos o definitivamente tirar sus ridículos secretos con todo y la ridícula cajita esa. Compre más perchas y mude sus calcetines al espacio de las camisetas para que el cajón sea lo suficientemente amplio para la maleta que su ser amado tendrá ya lista desde cinco días antes a la fecha.

jueves, 5 de agosto de 2010

En receso

Hemos entrado en un receso. Extenuados de libros y cosas así decidimos parar el instructivo, aunque gracias a algunos buenos lectores hemos recibido la sugerencia de los siguientes instructivos. Desvivirse tiene sus cosas y parece que más de uno sabe hacerlo. Es grato saber que están ahí, aunque pocos están inscritos y son más los que escriben, deseosos del anonimato. Gracias.

domingo, 21 de marzo de 2010

Instrucciones para llevar una vida más sana

Revise obsesivamente las etiquetas de tablas nutricionales y los valores energéticos de todos y cada uno de los comestibles que adquiere en la tienda de amplias superficies, o bien ahí en la tiendita de Don Pablo que aumenta escrupulosamente 14.2% a cada producto sobre precio sugerido al público —porcentaje que, a decir de él, le permite llevar una vida media, tendiente a alta, y no ser un despreciable burgués, tendiente a rapaz, entre los vecinos del barrio de La Palma. Vea , en dichas tablas, que el producto a consumir en su ingesta diaria no excede las medias de carbohidratos, proteínas, vitaminas, ácidos grasos, fibra alimentaria, calcio, sodio, gluten y estructuras genéticas que puedan alterar drásticamente su condición humana. Para hacer esto, tómese ¾ partes del día para poder estudiar a detalle y con minuciosidad cada bote de leche, cada lata de atún y para poder conversar con el encargado del departamento de salchichonería, el de carnicería y el pescadería. Poco importa si usted no gana los tres salarios mínimos requeridos para proveerse en una sola compra de todo lo que desea; la finalidad de este instructivo no se reserva el derecho de admisión ni se discrimina a nadie por su condición social. Con los días, Usted habrá advertido que esta incisiva manera de comportarse —revisar las tablas de nutricionales— en hacer la despensa, de acto pasará a hábito y de hábito a una cotidiana manera de ser. Con el tiempo podrá contrastar el imperio de la sanidad racional en su comportamiento consumista, con aquella anarquía de la idiotez que desarrollan sus vecinos o familiares en su manera de comprar sin preocuparse por las tablitas que algún pasante de Química en alimentos se ha molestado en poner para el servicio de los venidos a obsesivos ortoréxicos como Usted.

Después de confirmar que todos los productos comestibles pueden traer consecuencias severas para su salud, y dados los callejones sin salida a los que uno llega por el racionalismo extremo que lo dejan en estado de “ataraxia” (investigue en un diccionario de lenguas muertas lo que esto quiere decir), espabile, levante los hombros antes de llegar a la caja de cobro número 12 de la tienda en la que se ha pasado un mes formando su carácter de lector de tablitas de valores nutricionales y energéticos. Pague a la cajera Estoyparaservirle Encontrótodoloquebuscaba Graciasporsucompravuelvapronto la cantidad de dinero que Usted siente como una ofensa a su humanidad, pues ahora sabe que entre el 24% que se queda la tienda de grandes superficies o el 14.2% de Don Pablo, todo porcentaje, como sea, es un hurto por la desproporción medida a años luz; dado que los ingredientes y los procesos de obtención del comestible han sido minuciosamente comprobados por Usted con su amplia y ancha —a la par que estrecha y disminuida— cultura de Internet. Pagará la compra, sea cual sea el monto de dinero y la cantidad de productos, con alegría, con placer y cierta obscenidad que le permite esta satisfacción de ser un consumidor más.

Tomará el colectivo 150 que va desde Descubrimiento hasta la Plaza de la Excma. Inquisición. Se apeará. Con las bolsas cargadas cortándole los dedos, irá a casa, cocinará con aceite de olivo, extra virgen y extraído en frío, para no dañar sus coronarias. Comerá una manzana verde o alguna fruta, veinte minutos antes de sentarse a la mesa. En una basculita, de esas que le hacen parecer un idiota jugando a la comidita, medirá las porciones adecuadas que en el blog, revista o programa de radio o televisión, le dijeron que debía pesar. Como usted es tan obediente hará lo que éstos le han dicho y lo que nosotros le decimos que haga; pero no, no se preocupe, nosotros creemos, como Usted, que Usted mismo aun es una persona de libre albedrío y legítimas decisiones.

Coma tal cual le han dicho que decía “Horace Fletcher” (con este nombre le bastará, por si no sabe de quien le estamos hablando, para ingresarlo en el motor de búsqueda de Internet, fuente de todo conocimiento legítimo y que lo hace a usted desde espeleólogo, cocinero, director de pelis porno, hasta filósofo, espía y vil chismoso de todos sus conocidos). Entonces, pase 3 horas sentado a la mesa, mastique una y otra y otra vez. Por mucho que esta acción sea poco sociable y más cercana a un vacuno de siete estómagos, recuerde que es lo más sano. Duerma la siesta. Recuerde: dos horas después de comer son lo más recomendable para que alcance “sueño rem”.

Repuesto de todo lo anterior salga a caminar. Si su vida es miserable y prefiere ejercer sus capacidades omniscientes de Internet o tumbarse en el sofá para ver la televisión, entonces tendrá que comprarse un perro labrador, al que pondrá de nombre Max. Como es sabido, las mascotas tienen la virtud de satisfacer ciertas necesidades que la naturaleza les exige: como salir de espacios cerrados, “socializar” un poco con otros seres, respirar un aire que no este viciado por su propia existencia. Sabemos que esto a usted no le dice nada por su alto nivel de cultura que lo aleja de la natura, pero como sea, lleve a Max a dar un paseo. Si es posible, póngase el calzado deportivo y todo el disfraz de corredor que compró hace tiempo o el día de ayer cuando decidió que llevaría una vida más sana.

Vea el reloj de pared que se encuentra en la sala de su casa. Piense que con una hora bastará, ya que es un hecho que Usted para nada quiere prepararse para correr la Marathón, y que por humilde y mediocre que suene, Usted es una persona sencilla, común y corriente que se desvive por llevar una vida más sana.

Salga. Inhale y exhale. Prepárese para correr como nunca antes en su vida. Salude a algún desconocido con tono de prepotencia, por ser él una persona decadente y sin sentido de la vida sana, como Usted sí lo tiene. Piense en correr tres vueltas al Parque de la Soledad. Corra. Conforme corre, con su Max a un lado, vaya disminuyendo sus expectativas deportivas; mejor dará dos vueltas; ¡qué va! una y media bastará, pues ya dejó claro que de maratones, medallas, comerciales de cereales y entrevistas por televisión… de esto, nada. Finalmente, no ha dado ni una vuelta. Exhale e inhale, muestre a los vecinos y paseantes anónimos que Usted está muy cansado porque ha corrido. Su pobre perro ni siquiera a comenzado a exudar por el hocico, pero usted piensa que ya estuvo bueno; pues, por lo demás, ha comenzado a tener una dieta balanceada y con eso debe bastar.

Regrese a casa. Mire el reloj de la sala de estar. Confirme que ha pasado diez minutos fuera. Ingrese a la ducha. Prepare su cama. Vaya a dormir.

Ahí, sumergido en la penumbra, colmado del zumbido citadino que lo alcanza en su piso de la planta segunda de la puerta 3, piense en que ha sido buena idea no inscribirse en el gimnasio, después de lo que pasó en su maratónica carrera; recuerde las horas que malgastó pensando en las tablitas nutricionales y preocúpese por lo que hará a partir de ahora con su fiel cachorro Max, porque esto de la vida sana parece que no es para Usted. Porque a decir verdad, Usted cuando piensa en estas cosas, pensamientos que le asaltan en esos días de transición —año nuevo, cumpleaños, primavera— o en esos periodos de desesperación —explicable odio de ser Usted mismo, encerrado en Usted mismo—, en realidad lo que quiere no es llevar una vida más sana, sino emular o simular una imagen más de escaparate o de revista rosa con sus seres traídos hasta nosotros desde los paraísos del photoshop, con formas estilizadas por gimnasios, dietas duras, blandas, lunares, vegetales, bulimias, anorexias o el siempre injusto reparto genético del que usted fue sentenciado como culpable a la aglomeración de los normales.

Si lo que espera es que le digamos cómo llevar una vida más sana, por favor, comience por mandar a la mierda todas indicaciones anteriores. Coma lo que es debido, haga lo que es debido; ríase ante el espejo por las mañanas; silbe una canción de Frank Sinatra mientras pasa junto al desconocido que saludó con prepotencia cuando Usted corría con su canino; huela el aroma de la tierra después de que ha llovido; pregunte el nombre a la cajera de la tienda de amplias superficies; pare el tren a su chismorreo de redes sociales, y en lugar de perro compre un pollo de mascota; al menos, si el pollo le parece mala idea sabrá que hacer con él en la aplicación del método de Horace Fletcher, no como ahora que tiene un precioso labrador masticando su caro calzado deportivo a los pies de la cama y del que no puede desentenderse tan fácilmente en una barbacoa.

jueves, 18 de marzo de 2010

Nueva publicación y a los comentaristas

Nueva publicación el día 20 de marzo. "Instrucciones para llevar una vida más sana"
Se agradecen sus comentarios que me permiten saber que están ahí, que ser instruido es una manera de reírse de algo tan universal como es nuestra condición humana. Hasta ahora han sido pensados para próximas entregas: Instrucciones para viajar en ascensor y han sido sugeridas las instrucciones para eso días de añoranza. Les pido que si pueden le echen un ojo a su vida y me sugieran una que otra instrucción pues si no comenzaré a escribir recetarios de cocina.


Por los compromisos creo que el instructivo seguirá algunos meses más; después tengo resuelto escribir los Inauditos informes de Roberto Armesto. Investigador privado decadente, que recibe puros casos que nadie más llevaría en la ciudad que por las Instrucciones ustedes ya conocen. Doliente, sarcástico, auto complaciente y poco dado a mandar a la mierda a todo y a todos, Armesto lleva dos años esperando ver la luz, entre notas y diagramas. Los informes se harán por entregas en este blog y esta previsto en twitter 5 días con Roberto Armesto en donde seguiremos a nuestro antihéroe por las calles de zona roja, en sus líos con la poli y movidas así.
Seguimos en contacto y gracias por todito.
Arturo

lunes, 8 de marzo de 2010

Cómo contemplar el inaudito espectáculo de un ciclista en una tarde de primavera a las 3 p.m.

Dentro de los análisis de la situación actual en el orden de las más avanzas ciencias que estudian los inextricables, por cuanto más inexpurgables, misterios del universo, poco o casi nada ha podido decirse del misterio que alberga una bicicleta en circulación. Son sabidos ya los nexos que se tienden de un extremo a otro, en el carácter fundamental de la evolución humana y la tecnología, que ha podido derivarse de tal invento, descubrimiento o iluminación divina que llevaron al ser humano a aventurarse en la constitución, forma y rareza de la bicicleta. El porqué del origen del universo, la línea genealógica que llevó al protozoo hacia los mamíferos, la convivencia del Neardental con el Homo sapiens, los viajes de colonización a otros planetas y la secuencia del genoma humano, no han logrado desvelar los parámetros de arrojo, pericia y tozudez que en el infante o persona mayor le llevan a desafiar todas las suposiciones de lo que no es posible: montar una bicicleta. El fenómeno resulta cada día más complejo, para lo cual nuestra corporación ha iniciado un estudio detallado —que constará en los 230 volúmenes de la enciclopedia que detallará la historia del cacharro cíclico— para dar cuenta del proceso que va del triciclo a la bicicleta citadina, de pista, de salto o de montaña, modelos que hasta la fecha se conocen. Como los países de primer mundo continúan con sus reserches para descubrir otras formas de la bicicleta, que los mantengan a la punta de la economía mundial, pues es secreto a voces que por las medias poblacionales del uso de la bicicleta y la seguridad que otorgan a los temerarios usuarios de dicho dispositivo, da cuenta del amplio trecho que separa a los países desarrollados y a aquellos en vías de desarrollo.

Dada la importancia de lo hasta aquí mencionado es de capital importancia que Usted, sabio contemplador de la existencia, siga las instrucciones para mirar a un ciclista y comprender las magnitudes que ello alberga.

En un día claro, como el contenido de agua purificada embotellada, camine por la ciudad, vaya de la calle de la Consolidación, siga recto hacia la avenida de la Independencia, cruce el paso peatonal con el semáforo en ámbar, llegue hasta el Paseo de la patria y ahí, bajo una Jacaranda, seleccione la banca que considere más propicia para la contemplación. Es deber advertirle que quizá la selección de esta banca sea un asunto complicado, dado a la constante de ensayo y error, pues se expone a los caprichos de la experiencia, así como a los errores que el trabajo de campo trae consigo. Si después de 3 años ha logrado encontrar la banca perfecta dese por bien servido, pues hay personas que jamás la encuentran.

Ya en su banca, panoptikon (terminajo que utilizamos después de poner en el ordenador el comando de búsqueda —Ctrl+F7— de sinónimos en idioma griego), panoptikon de la vivencia, que lo hace a usted omnividente de los mortales que pasean por la ciudad, arrellánese todo lo que una banca de madera o metal permite, que siempre será poco, pero para los fines científicos que usted persigue siempre suponen un ligero sacrificio en pro de la humanidad; sí, de la humanidad suya que es la que más importa.

Desde aquí contemplará los más variados fenómenos inexplicables para Usted por no contar con los instrumentos de análisis, recolección de datos y estadísticas; pero no se deje vencer porque así es la vida, y en los asuntos del desvivirse ni aquellos que cuentan con dichos instrumentos, redes de apropiación de datos y factores de evaluación cuantitativa son menos miserables que Usted ni comprenden más de lo que es vivir. Después de leer esto, sonría para sus adentros y dígase lo bella que es la ignorancia.

Verá pasar a paseantes que han sido reducidos a servidumbre canina. Advertirá cómo es que trabajan ocho horas diarias para poder ganar un salario medio que les permita comprar costales de alimento para perro, correas, suetercitos ridículos y que para aligerar la carga de estrés de esas ocho horas se traen con ellos esas bolsitas para recoger los desechos más naturales, aunque no menos viles, de un mamífero que está en la punta de la evolución darwiniana, pues cuenta con los más expeditos servicios del Homo sapiens sapiens. Verá pasar a los amantes que han leído con antelación este “Instructivo” y que después de pensárselo bien aman y son amados, mientras Usted está aquí sentado miserablemente solo observándolos pasar. Es posible que desde su panoptikon, desde este paisaje onmiabarcante que Usted hace de la vida ajena, que lo lleva de científico a chismoso, mire por aquí y por allá las más extrañas formas que tiene la gente de cubrirse el cuerpo, la vida, y escapando de la homologación que la piel desnuda conlleva se afanan en echarse telas, pieles animales y tejidos sintéticos encima, según cánones de la moda de Milán 20 años atrás. Usted pensará en lo absurdo y ridículos que somos todos, lo banales y consumistas, después se mirará a Usted mismo de hombros a pies y tendrá que decirse que a principio de mes y en periodo de rebajas no le vendrá mal renovar el guardarropa.

Sumergido en esta cavilación, meditación o cogitación (si usted sabe qué quiere decir esta última palabra y logra desentrañar sus radicales etimológicos grecolatinos le suplicamos nos envíe una carta a calle de la Ausencia, nº 10, patio, puerta 1, porque nosotros no sabemos), pues, sumergido en estos pensamientos verá de pronto pasar un destello, una imagen en cámara rápida, un cometa terrestre que quieto en la parte superior de su constitución corporal, mueve velozmente los pies. Fije su mirada en eso: con el alto coeficiente intlectual y memoria fotográfica que a Usted le caracteriza tome cuadro por cuadro la imagen y maravíllese ante el portento de esto que pasa frente a Usted. El shock o cómo se le llame será muy cercano a aquello que sentían sus ancestros de la era de piedra cuando los eclipses totales de sol oscurecían el mundo, o será empático con eso que siente un desvitalizado científico cuando descubre en su laboratorio el gen causante de la risa (mismo del cual el científico en cuestión cree estar privado).

No hay explicación: todo ha sido tan rápido, que ahí sentado Usted no sabrá cómo digerir la información. Porque es claro que para hacer esto que con tanta naturalidad el ciclista hace (andar en bicicleta) hubo de pasar por experiencias difíciles: caer más de dos o tres veces de la máquina bicíclica. Pregúntese, ¿qué es lo que tiene esa persona que le llevó en su infancia a soportar lo dolores, los raspones y demás ridículos sociales para aprender a andar en bicicleta? Quizá algún empeño oculto que hace que los seres humanos vayamos a la Luna (¡eso de los seres humanos es un decir, porque sólo ha ido un puñado!) ¿Por qué no conformase con caminar o tomar el Metro en la estación de la Paz? Si lo mira Usted a profundidad algo de envidia se moverá en sus entrañas, porque parece que la vida puede ser otra, otra manera de verla desde esa perspectiva fugaz que tiene el ciclista.

Pensará, ahora, que sí, que dejando a un lado las banalidades, en lugar de reformar el guardarropa tendrá que hacerse de una de esas máquinas de ciencias ficción que se venden y se compran con naturalidad ingenua en la tienda de deportes de Avenida mayor; se dirá a sí mismo que la vida es como andar en bicicleta, que una vez que se aprende jamás se olvida. Lo lamentable de sus cogitaciones o simples quimeras de su cerebro supra evolucionado —aunque utilizado al 5% según la media— es que la vida como el andar en bicicleta (he aquí el quid de esta instrucción) es que siempre es un asunto arriesgado, porque uno nunca aprende del todo, siempre está expuesto a un error, a una caída, a ser atropellado, a un pinchazo de neumático a 120 km/h. Así que, pensándolo bien, no se fíe, no se arriesgue, dedíquese a la contemplación de ciclistas que parece no hace tan mal, quién sabe: en alguna de esas le abren un departamento de estudios sobre la contemplación ciclista en la Universidad Central, qué lo evitaría si los hay de Metafísica y Ciencia genómica; de no ser así, quizá lo mejor sea desvivirse en la servidumbre ante un perro que le permita olvidar lo cíclica, monocíclica y monótona que es su vida en esta ciudad.

viernes, 5 de marzo de 2010

Instrucciones para mirar

Instrucciones para mirar.

Versión Premium con un “detrás de cámaras”; es decir, cómo se hace para que un empleado de nuestra familia empresarial editora elabore un instructivo para que usted pueda desvivirse a sus anchas

Nunca serán suficientes ni extensos los reconocimientos que por sus inapreciables servicios los miembros de nuestra corporación merecen en sus empeños por ofrecer a Usted la creación gráfica de este instructivo para desvivirse, mismo que se ajusta a los estándares más exigentes y de vanguardia, por cuanto a calidad internacional ISO se refiere.

Si hemos de iniciar estas “Instruciones para mirar” con evidentes vanidades creativas, rayanas en el auto halago y el ofrecimiento de venta que muestra las cualidades del producto publicado, es simplemente con la inocente intención de no dejar que pasen desapercibidos la profesionalidad y sacrificio que estas líneas suponen y la sangre en que ellas se empapan. Desde luego, no hablamos aquí de ese “sacrificio” que todo empleado debe hacer con su “familia” empresarial: las energías vitales consumidas por papeleos innecesarios, los sobajamientos provenientes del jefe inmediato, el desgaste emocional y el constante estrés que elimina las hormonas sexuales en la cochina competencia con su compañeros de trabajo por ascender rápidamente (cada siete años en promedio muere un Jefe lejano de nuestra corporación lo cual mueve toda la escala empresarial); tampoco hablamos aquí de esos reportes semanales, mensuales, trimestrales, semestrales, anuales y lecturas de impacto diarias que se le requieren a todo empleado eficiente para dejarle bien claro su lugar en la escala de ascenso empresarial; reportes que le quitan más de dos terceras partes de su vida miserable y cotidiana, por lo que nada de salidas al cine, salidas de copas ni de ver a los amigos que, por lo demás, ya son ninguno; y de su vida amorosa (eufemismo para “sexual”) ni se hable, pues el empleado ha sido dado a la hecatombe de lo asexuado una vez que los reportes, las evaluaciones, los estratégicos, en tanto innecesarios, recortes de personal so pretexto de crisis y presupuesto, le han matado todo deseo por vivir y expandir su existencia más allá de su carne (agregado con paranoias o realidades globales que a las familias numerosas y clínicas de fertilización in vitro tienen sin cuidado, porque gracias a que empleados asexuados deciden no tener descendencia, dichas familias y millonarias clínicas compensan y dan un plus a esa posible falta de mano de obra).

Como siempre, la “familia” empresarial se ajustará a los embates de las transformaciones sociales, históricas y culturales (que ha decir verdad los que redactan estas líneas desconocen) que del concepto de “familia” se generan: así que mientras más disfuncional sea dicha familia empresarial, mientras más fiera la sobrevivencia en las oficinas, en virtud del incremento demográfico en el planeta mencionado y a medida que desaparecen las plazas de contrato y las prestaciones de seguridad social que nunca se ocupan, los sacrificios de los empleados, es decir, de los familiares empresariales, siempre son mayores.

Sin embargo, como usted puede percibir en este excurso, prólogo, proemio , es decir, cotilleo sin ton ni son, de nuestras Instrucciones para mirar, lo que queremos dejarle claro es que además de estas inmolaciones laborales, nuestros colaboradores, hijos todos de una familia pequeña pero sólida, hacen más por usted para decirle cómo se ha de hacer más llevadera la vida, si es que aún se le puede llamar así: vida, a esta manera de desvivirse. Comprenda que aunque nuestros sueldos son menores a la media poblacional de los escritores in activo, lo cierto es que nos da la libertad de ejercer nuestros talentos desde distintas perspectivas, como usted podrá constatar a continuación.

Así que un saludo desde aquí a nuestra familia empresarial toda, a los Jefes inmediatos, medios y lejanos que autorizarán estas líneas, después de pasar censura; aunque nuestro saludo no se extiende a la empleada argentina que se sienta en el escritorio 6 del pasillo 2, junto al ventanal que da a la calle de Hamburgo —que se entenderá que no es un asunto de nacionalismo in extremis— pues ha sido una malasangre con todo el personal del Instructivo, intentando sabotear a cada momento los análisis, por lo que las demandas judicial, fiscal, empresarial y de lo familiar, que tenemos en su contra, no son un asunto personal, sino, cómo decirlo, “de negocios”; pero ello no quita que hagamos público aquí nuestro extrañamiento y si es posible la irrevocable solicitud de su despido —lo cual ratificaremos con la marcha del monumento a los Héroes Patrios al Palacio Nacional el día viernes a las 5 pm.

Para mirar, para mirar en sentido estricto, nuestra empresa editora había pensado en un perfil cercano a un astrónomo —por razones más que obvias; si no lo son para usted, por favor, no pregunte—; o bien, a un director de la más alta gama de directores, como puede ser el de la Pretrolera Nacional que todo el tiempo visualiza nuestra cíclica y rastrera existencia de ciudadanos de a pie desde su piso 52 de la torre llamada —¡lo que es la vida!— Torre de petróleos. En fin, después de que ambos perfiles, a pesar del desempleo y las crisis que abaten cada 2 minutos a la economía mundial, salían del parco presupuesto de este Instructivo, nuestros jefes inmediatos, medios y lejanos, decidieron otorgar el proyecto al cuarto (de cuatro) redactor en jefe de la sección de proyectos interesantes pero improcedentes, es decir, esa sección que genera libros (dos cada lustro) sobre temas sociales como la familia (que por cierto, ninguno de estos redactores ha leído, aunque están al alcance de los empleados con 10% de descuento, como proyecto del “ahorro familiar”). El caso es que este cuarto (de cuatro) redactor en jefe fue abordado, en una lluviosa mañana de mayo, por el Jefe redactor de los redactores en jefe, y ahí, con taza de café en mano le “solicitó” (so amenza de despido sin liquidación ni vales de despensa) que “lidereara” las “Intrucciones para mirar” dentro del proyecto Instrucciones para desvivirse. Después de dar dos sorbos grandes de café, el Jefe redactor de los redactores en jefe le comentó que esa decisión había sido tomada por el Comité Editorial que “liderea” el Jefe de los Jefes redactores de los redactores en jefe [asunto confuso que distrajo al cuarto (de cuatro) de los redactores en jefe] y, ahí, entre confusión y comunicado de decisión, ocupó los ardides de aquel que es un Jefe medio de los redactores en jefe inmediatos: la lisonja cargada de los más amplios homenajes sobre su brillante trayectoria personal: haber viajado por cinco continentes, aunque tres de ellos fueran únicamente a vuelo de pájaro metido en el asiento 42a, 54a, y 15a, que da junto a la ventanilla de los aviones transatlánticos; haber estudiado en las mejores universidades del mundo, aunque se tratase de que en los viajes turísticos, que hizo cuando joven, para no morirse de frío o para no pasar calores, abrió uno que otro libro en las bibliotecas más renombradas de Europa sobre disciplinas como la alquimia, cálculo poseuclidiano, teoría de cuerdas y dos más (esto fue lo que decidió todo) sobre astronomía y hoyos negros. Además, se sumaba a su experiencia de mundo su sólida formación académica en la Universidad Central: un año de teología comparada, cinco años de filosofía y dos diplomados de literatura japonesa con sus imbricaciones hispanoparlantes con la modernidad literaria de Hispanoamérica (no se mencionó que las carreras fueron truncas y que por falta de recursos económicos los diplomados no estaban avalados con documento probatorio alguno). Mareado por la monserga del Jefe de redactores en jefe, además de adulado hasta la médula, el cuarto (de cuatro) redactores en jefe no tuvo más remedio que aceptar; además de que es sabido que un jefe inmediato jamás puede decir que “no”; eso es lo que lo hace estar en la inmediatez del grueso de los empleados sin rango; asunto, por lo demás, que distingue a los Jefes medios y lejanos (pues mientras más lejano es el jefe, más libertad de negación puede manifestar. Esto puede tomarse por Usted —excepto empleados de nuestra familia empresarial— como la instrucción ALFA para ser un Jefe medio o lejano).

Formalizado todo: papeleo de cartas de exención de compromisos, renuncia a seguro médico y de gastos médicos mayores, así como elaborado el testamento del cuarto (de cuatro) redactor en jefe en donde cedía todo a su familia empresarial en caso de accidente que lo dejase hecho como un vegetal o en el mejor de los casos en fatídica muerte (accidental, por grave enfermedad o asesinato incidental o de cualquier grado); el primer día de verano, lluvioso hasta el fastidio, el cuarto (de cuatro) redactor en jefe, fue despachado con un pase de salida por tres meses y un flamante carné de impresora casera de acreditación de ser parte del proyecto de “Instrucciones para desvivirse”.

Se cuenta que tras haber recuperado la libertad de acción soñada por todo jefe inmediato y todo empleado, más allá de las rojas paredes falsas de tela roja del cubículo 3, del pasillo 1 pegado a la puerta de salida emergencia, debajo del letrero verde —que muestra al figurín corriendo desesperado por salvar la vida y huir la muerte por unas escaleras dibujadas en segundo plano—, durante unos días se le vio al Instructor (pues su estatuto de redactor en jefe había cambiado definitivamente en la familia empresarial), en distintos momentos, en una banca de parque, en una cafetería, dando de comer a las palomas en la Plaza de armas y en diversos lugares en los que, se decía con cierto acento de conspiración de compañerismo laboral, “malgastaba la libertad” soñada por todos, así como que despilfarraba el presupuesto (parco) del que había sido equipado. Quizá el pitazo le llegó a nuestro Instructor para mirar, porque desde el día 1 de julio, según consta en archivo de expediente, se volvió un asiduo visitante de la Biblioteca Nacional.

Según consta en los archivos de la biblioteca, nuestro colaborador había revisado en verano los tratados de optometría, oftalmología, los science journals de microcirugía ocular para corrección de las córneas; después de leer tratados de Hipocrátes, Erodoto, Clístines, Descartes y demás nombres que, por miedo a escribir mal y sabiendo que usted no podrá pronunciar apropiadamente, soslayamos desde ya; después de estudiar los casos de Edipo (en su versión original y lejana a las prácticas de piratería intelectual del siglo XX), Tiresias, santa Lucía; así como después de revisar libros de cromos de Grandes Maestros de la Pintura sobre temas de perspectiva, prospectiva y las tres dimensiones, así como las “paletas” más renombradas (Matisse, Van Gogh, Rubens, etc., etc…); después de la revisión exhaustiva sobre aspectos filosóficos sobre la mirada, de poetas, dramaturgos, literatos y aquellos que seamos capaces de omitir; después, ya exhausto, de revisar libros de autoayuda, remedios chinos para la torticolis (que nada aportaban a su investigación pero ayudaban a remediar el dolor de estar inclinado 24 horas posando la mirada para leer); nuestro ex cuarto (de cuatro) redactor en jefe desapareció al octavo mes de trabajo, después de haber pedido una prórroga indefinible de días para continuar con sus pesquisas y al punto de quedar ciego por tanta lectura.

Así, después de dos años de eficientes persecuciones la policía especializada contra el delito de fraude empresarial (pues había cundido la demanda del Comité Editorial) se decretó que la desaparición pasaría al departamento de defunciones; extrañamente, cabe mencionar, y no sin ciertas dudas sobre la integridad moral, ética y laboral del H. Departamento de la policía, un ministerio público y un juez de instrucción.

En fin, que aquí suscribimos las “Instrucciones para mirar” que ponemos ante Usted después de inmejorable edición de las notas que pudimos rescatar de la libreta ubicada en el casillero 40 de la Biblioteca Nacional; después, en suma, de que el Jefe de los redactores en jefe gestionó los permisos judiciales para poder abrir ese casillero, alegando propiedad intelectual, material y de toda índole sobre las pertenencias todas de su empleado, lo cual tuvo incidencia inmediata, por mencionar algunos, sobre el Ford modelo 05 y el piso en la planta tercera, puerta cuatro, en el centro de la ciudad que hace esquina con la calle de Ámsterdam.

Instrucciones para mirar

Por mucho que usted conjeture, después de sus esfuerzos deductivos que tienen lugar en el vagón cinco de metro, camino al trabajo o a las actividades que cotidianamente le restan vida, es de sapiencia milenaria que vivimos sumergidos en una ceguera que, comparada, da lugar para afirmar que el ser monocelular o protozoario inimaginable alguno mira más y mejor que usted en este momento. De ahí que día con día usted infiera que por leer mucho, por estar pasmado ante el ordenador como un zombie, o bien, por sus horas de atención televisiva, necesita cada año un ajuste en la graduación de anteojos o bien que necesita sencillamente hacer una parada obligatoria en la óptica más cercana. Esto se debe, en gran medida, a que ha confundido erróneamente el enfocar de sus ojos con el mirar la vida.

Cabe aclarar que de la ceguera del vivir no hay oculista, optometrista u oftalmólogo alguno que lo salve; quizá por ello a estas alturas de su vida ya lo habrá advertido y es probable —en una media de 65% a nivel mundial— que Usted ya haya acudido a una vidente, a la lectura de café turco, a un dirigente espiritual de su credo religioso o a algún otro recurso del que pueda echar mano en este asunto intrincado. Porque mirando detenidamente las cosas, Usted no sabe lo que debe mirar, cómo debe mirarlo y a quién debe comunicarlo.

En la historia de la humanidad, de las culturas y de las comunidades, con sus consiguientes animales domesticados, sus monumentos y creaciones de pensamiento, junto con sus abusos de poder, sus ideologías baratas y sus recursos de división del trabajo, ha habido alguno que otro que ha salido de la media poblacional para desempeñar su mirada en un horizonte de mundo. No le extrañará si le decimos que los procedimientos para aprender a mirar son, por decirlo menos, carentes de respeto a los derechos humanos, un poco dados a lo primitivo, lo cual es cierto; pero siempre tienen un sesgo de eficacia del 99,9%. Dado que nuestro desarrollo civilizatorio evolutivo y dado que las Comisiones de Derechos Humanos, Médicos sin fronteras y ONG de la más variada catadura interpondrían un recurso propio de jurinsculto contra el redactor de este instructivo, nos vemos Usted y yo, obligados a dejar al margen toda operación, sin anestesia, de extracción del globo ocular, a encadenamientos en cavernas y minucias por el estilo, que desde siempre han sido el pan de cada día para instruir al común de los mortales a mirar. Por ello, deberemos conformarnos con una posible efectividad de estas instrucciones del 0,1% de que usted, al finalizar esta lectura, pueda mirar, lo que se dice mirar.

De este modo, en un mediodía de primavera o verano, cuando el sol alcanza su cénit (investigue qué quiere decir ‘cenit’ en el Diccionario que le impone los modos apropiados de hablar su idioma, pues el presupuesto que me ha sido otorgado no cubre los gastos por aculturizarlo —si no entiende esta palabra, tampoco, vaya al diccionario recomendado—), en fin, cuando el sol alcance su cénit, levante su cabeza con los ojos bien cerrados; no los abra, así, piense en la cuadratura del círculo, en los mundos paralelos en los Usted no leería instructivos y sería otro u otra o viceversa (pues la diversidad sexual de nuestros días da para todo y todos). No se distraiga más de lo debido y recuerde que ahí, con el sol pegando a tope sobre su rostro puede ocasionarle cáncer de piel, y que usted debe resistir a pesar de las recomendaciones de las comunidades científicas que previenen sobre esta situación. (Recuerde, para finalidades legales, que este instructivo puede ocasionarle problemas de salud.) Conténgase, piense en los gastos de fin de mes a los que no llegará, recuerde a su último amor perdido y después de treinta minutos abra los ojos un minuto: así, viendo de cara al sol. Por inhumano que sea ese dolor de ojos que lo torturará en sus sesenta segundos más eternos de vida, no decline de esta práctica. Ahora dirija su horizonte, haga paisaje de su mundo en frente y se advertirá lo extraño que todo es. Con la retina fundida por las instrucciones últimas seguidas al pie de la letra, ahora Usted se encontrará en una situación inmejorable: quiere mirar el mundo pero no puede; esto es lo que en los rituales iniciáticos y libros de sabiduría apócrifa se llama: “llenar el panorama de atención”. ¡Bueno! en realidad no se llama así, pero tiene algo de poético y de consuelo después de lo que se le ha indicado hacer.

Usted pensaba hasta ahora que mirar era el laico y seglar acto de ver, pues ahora puede corroborar lo equivocada que a veces puede ser nuestra existencia. Ver es un acto inmediato, ese acto que lo orienta de un lado a otro, pero, para esto, nuestros invidentes conciudadanos, que se las apañan de la mejor manera, ya desmienten que esto sea apropiadamente mirar. Usted, hasta ahora, y quizá después, no estaba in-vidente sino ciego. La minucia intelectualona del guión en in-vidente es indispensable en esto para que Usted comprenda más y mejor —si no lo entiende, por favor, no cuestione y siga adelante.

Lleno el panorama de atención comprenderá que mirar, mirar el mundo, al otro y a usted mismo no es un acto direccional e inmediato. Ese trayecto que lleva de su orientación de la mirada hacia lo demás y hacia usted mismo está colmado de estaciones de tránsito, como un gusano metálico de metro que no va de terminal a terminal, sino que se detiene una y otra vez, se enfrena con estrépito, sale de los túneles a cielo abierto y regresa nuevamente sin descanso a su punto de partida. Querer mirar el mundo es este llenar panorama de atención, esta acción que está colmada de añoranzas, repulsiones, desdenes y espirales de deseo y de omisión.

Esta es su mirada, ataviada y cualificada por el posesivo de suya, de nadie más. Alguno puede ver lo que usted ve, pero nadie lo que usted mira. Esto le comenzará por explicar por qué cuando usted mira a su ser amado (actual o pasado) le parece tan descomunalmente hermoso, perfecto —a pesar de los obstinados y pesados colegas que buscan desmentirle, y que Usted, en su pretérita ceguera, hasta ahora no alcanzaba a determinar—, porque mirar es un asunto de propiedades y apropiaciones; mirar es atender la vida y en ella misma jugarse cada acto, cada percepción plena de lo que es Usted mismo.

Enfoque ahora, así, el mundo desde esta atención de su mirada. Piense que, aquí, esta mirada que dice suya se enfatiza entre todos los objetivos mirados, circundantes o remotos, por una cualidad inconfundible y, sin embargo, hasta ahora imprecisa que es, justamente, la referencia hacia ese mirar suyo. Piense que en esta perspectiva tan limitada como exigua ya nada lo detiene. Esta mirada que dice suya es una ofrenda inconmensurable de acontecimientos en que no alcanza Usted a comprender cómo es que antes no había mirado, lo que se dice este mirar suyo, la risa de un niño, la belleza de este espectro multicolor que forman lo autos en la avenida de la Consolidación, el viento moviendo las hojas, la fachada del edificio Central de la Plaza de armas, el semblante desgajado del paisano que se detiene a un costado de usted en el semáforo imperfectamente rojo incandescente pero bello.

Esta mirada que dice suya, mira ahora la devastación humana de lo cotidiano, los ojos gachos de sus compañeros de trabajo, de los viajeros del metro, de Usted mismo cuando se mira tan triste y melancólico antes de ir a dormir. Entiende ahora que esta mirada que dice suya es el sentido que le faltaba, pues la mirada siente, sufre, anhela, pero, sobre todo, se duele, porque al mirar lo magnífico de la vida que usted está en condiciones de mirar ya, también puede percibir lo doloroso que es vivir, desvivirse después de una vida a ciegas.

Evite, por favor, ahora y en adelante, realizar alguna salvajada propia de todo aquel que ha aprendido a mirar —héroes de mitos, personajes de leyenda y personas de dudosa santidad; pues, aunque es verdad que muchas veces los invidentes miran mejor, también es cierto que eso no es ninguna garantía para el porvenir…

[Escritura a partir de aquí incomprensible en la libreta de notas.]

martes, 16 de febrero de 2010

Instrucciones para decir adiós

No diga adiós. Al menos, no ahora. Albergue en su respiración, profunda como un aleteo de cóndor que surca el paisaje de desolado de su partida, este último momento. Evite a toda costa los eufemismos de quien parte a otras policromías de la vida y la topografía. Así que sus hasta luego, te llamo o te voy a extrañar, pueden quedar colgantes de un suspiro tenue, pero, a la vez, evasivo de este posible último momento de expresarse.

Pues, es por todos conocido que no hay palabras que sustituyan el fragor amargo y la hecatombe de dolores que sufre su carne toda verbo en este frágil momento. No busque en el mínimo diccionario de sus sinónimos corporales la manera de decir adiós. Los abrazos, el astringente levantamiento de hombros o su sonrisa forzada no pueden decir de una vez por todas lo que no debe decirse ahora. Únicamente usted y quienes escriben este instructivo entienden y evaden la palabra postrera de una humanidad avasallada por la distancia y las cotas de desasoiego que se pueden padecer aquí y ahora en una exasperante acumulación.

Por ello, restituya todos los lugares comunes de la despedida por su acertado sentir de que esto que le pasa, tan poco tolerante a evasiones y tan cruelmente invasivo, es algo que tiene que gritar con su presencia: “x” ó “y” de un plano cartesiano que no puede determinar en donde se encuentra el desarraigo de su contundente ausencia ahora presentida por el otro y contagiada a usted con empatías. Aférrese a la voz del otro lado del auricular, a la palabra de esta última epístola o a este momento vis a vis como una hoja de peral otoñal que no quiere desprenderse de su árbol, mismo que solitario ve pasar a las hormigas, a los colibríes o a las lluvias estivales. Alargue los silencios, los suspiros, las interjecciones para que su memoria sea capaz de recuperar en algún momento estos incompatibles páramos de desolación. Permita que el otro entienda su no estar más aquí, que sepa que algo se muere en él pero sobre todo en usted con esta expatriación de las fronteras de la existencia compartida. Sienta en lo más intenso de su vitalidad lo que es morir un poco, porque, después, en una vacía tarde de marzo se le hará evidente lo que es estar lejos, arrancado de su rama más querida como fruto siempre prematuro.

Aún ahora no diga adiós. Si le cuesta retener la palabra eche mano de anagramas, onomatopeyas, prosopopeyas y algunos recursos gramaticales que ni usted ni los autores de este instructivo comprenden pero inconscientemente y con lujo de ignorancia emplean. Para sus convulsiones de la proximidad vuelta en breve la lejanía balbucee una canción de cuna un poco con tendencia a lo ridículo. Sonría porque no sabemos de ahora hasta cuando usted podrá sonreír auténticamente; es de esperarse que nunca como ahora vuelva a ocurrir, así que sonría, si es posible ponga un bolígrafo entre sus labios, esfuerce la sonrisa quince segundos y después rompa en llanto. (Recuerde aquí las “Instrucciones para llorar” que un acreditado manual le han propiciado.) Después de hacer lo señalado, después de recordar sus decepciones y sus más frescas nostalgias que nada, pero absolutamente nada tienen que ver con esta despedida, sépase de la perspectiva que usted guarda en este momento, de lo que miraría algún otro, espectador, de este espectáculo tan doliente como artero.

Ahora todo vuelve a la velocidad de tiempo propicia… es tarde, porque siempre es tarde y usted tiene que irse. Las despedidas se alargan porque desde ahora todo es así: siempre demasiado tarde o demasiado temprano para la despedida. En un compactado instante diga todo lo que antes no dijo: hasta luego, te llamo y te voy a extrañar; sonría con sorna, asome con su batir de párpados un así es la vida, pero no lo diga ni de broma, si la situación es auditiva o gráfica sea cortés y cortante por su propio bien y por la realización plena de la despedida. Esto es crucial: ahora se encuentra entre el adiós o el arrepentimiento y esto último los manuales desacreditados no lo recomienda en lo absoluto.

Respire hondo, sostenga un suspiro traidor, de esos que le arrebatan quince minutos más de vida y mientras el avión K1456 retumba en el cielo camino a otro monótono destino; aseste breve pero solemne un adiós, uno de esos que son una esperanza difusa de volverse a encontrar tarde que temprano aunque sepa que no será así.

Cierre el sobre, cuelgue el auricular o vire con todas las de rigor sobre su propio torrente sanguíneo. Huya, fúguese como un cobarde que declarado partisano abandona la trinchera en el clímax más indescriptible de la batalla. Restriéguese en cada una de sus pestañas la idea de que es usted un desalmado por dejar todo tan así, tan insípido e insolvente, en un momento tan sabido y concreto.

Desplace con premura esta materia pesada, acuosa y plena de insatisfacciones que es su cuerpo, hacia el kilómetro uno de la distancia; reordene sus ideas, sus realidades contenidas en la imaginación y vuelva con arrepentimiento; pues ahora ha comenzado a enterarse que adiós, lo que se dice adiós ni usted ni el otro comprenden lo que significa cuando la materia oscura que lo mantiene ligado al universo se hace tan imperceptible como un ojo de huracán. Abrace y venga aquí y ahora con toda esta fiesta de palabras vacías, de oraciones prehechas, esas de un día nos volveremos a ver, pues al fin, aquí y ahora, ha comprendido que vivir es desvivirse en este deshilado que su vida es cada ocasión que se aleja de quien lo quiere (asunto tan poco frecuente como enigmático); entiende, al fin, que se trata, por las paradojas que tiene el lenguaje, de extenderse como agua que moja pero no se contiene, que la vida tiene sus cosas y, por lo menos, en un tiempo decir adiós será el crucigrama diario que buscará resolver entre sueños, a la hora del café o cuando alguien le abrace por una cortesía tan grata como cruel.

Diga ahora sí adiós, y en cada palabra sienta en sus entrañas las placas tectónicas de la letra, la sílaba y lo inexpresable que es el terremoto trepidatorio de esta despedida; porque este ser en fuga que es usted es más contundente y veraz que aquello de volverse a encontrar, tarea ingrata que usted ni nadie puede dar por sentada, cuando vivir es un decir adiós perpetuo, un fluir de savia y de aviones en despegue.

miércoles, 25 de noviembre de 2009

Intrucciones para amar

Instrucciones para amar
Pocas cosas en la existencia seguramente lo desviven a usted a los grados de lo que el amar puede ocasionarle; sino es que podemos hablar ya de los estragos ocasionados hasta el momento en usted por tal acción; y quizá, por esto, usted ha comprendido a todas luces que amar es en sí mismo desvivirse. Vivir, vivir sin más, acumular vida —por decirlo de una manera y muy mala manera— requiere un desprendimiento y renuncia implícita de cualquier relación o acto que tenga que ver con el amar. Ser uno mismo todo el tiempo, tenerlas todas consigo, sentirse seguro y cómodo en la vida es sumamente sospechoso para quien lo mire sentado en el cafetín de la esquina leyendo el periódico del día anterior o para quien fregando un plato del desayuno se vea sorprendido por esta conciencia; pues arropado entre sus certezas, alimentado con sus mediocridades y equipada su casa con un sistema de alarmas contra temores, es de facto que usted vive en el cotidiano bienestar de una tuberculosis del alma o padece algún cáncer maligno en el órgano de la creatividad vital que lo lleva a comprar instructivos como éste, a ver películas de amores de ensueño o a leer best-sellers de última moda que la señorita Rosaura o su locutor de radio preferido le recomiendan con sobrada pasión lectora.

Por la poca claridad y mucha difusión de instructivos apócrifos (así como charlatanes de guionistas de telenovelas, cuentos infantiles y demás; escritos por miserables seres humanos en asuntos amorosos) dificultan las instrucciones que a continuación le ofrecemos.

Recuerde que este instructivo ha sido desarrollado y puesto a prueba antes de ser dado al conocimiento del público; los creadores del instructivo ahora suman menos cuatro, así que estas líneas son un homenaje a los que, para hacer posible este instructivo, cayeron en el camino en aras de la consolidación de estas líneas. Un sentido pésame a sus familias por la dolorosa pérdida que entre suicidios, desapariciones inexplicables y homicidios “pasionales” —según términos del dilecto inspector privado Roberto Armesto, contratado para solucionar dos querellas jurídicas contra nuestra corporación por parte de las familias— ha arrojado el saldo final de este proceso.

Aleje de usted toda idea formada sobre lo que supone, cree, divaga, piensa, imagina, conjetura, comprende, siente, especula, fantasea o delira con desbordante ansiedad sobre la acción y experiencia de amar. Refute con una profunda desesperanza todas las convicciones que filósofos, autores de libros de autoayuda, servicios de citas rápidas, psicólogos y terapias de pareja le hayan aconsejado. No hay medias naranjas ni medios limones en este mundo para usted, con ello recuerde que la medianía es prima cercana primera de la mediocridad y su búsqueda afanosa entre bares, reuniones de amigos y redes sociales de internet está condenada anticipadamente al fracaso. Si se me empeña en esto, por favor, aléjese del camino del suicidio o de las contrataciones del departamento de recursos humanos de cajeros bancarios a las que se puede ver inclinado.

Deseche con absoluto desdén las teorías del goce, la compulsión, transferencia y la codependencia; barra con los supuestos de que usted busca a su madre o a su padre cuando siente que le hierven las venas por la ilusión del otro, la otra o lo que sea que usted prefiera en tiempos de desfogue de la diversa identidad sexual. Evada las expresiones absurdas de que usted debe amarse primero, antes que a todo, para poder ser amado, pues es sabido que esto es imposible cuando no se ha leído el instructivo “Cómo amarse a sí mismo en tiempos en los que no se sabe en consiste ser uno mismo”.
Purificado de estas ideas, convicciones y esperanzas, desaparezca sus libretitas de directorios telefónicos, sus números de contactos, elimine sus correos electrónicos y todo aquel nexo con el mundo de los otros en donde ha puesto la expectativa de encontrar al ser amado. Vaya a los álbumes de cromos… rompa, queme y haga polvo sus fotos de viejas conquistas; vea como todo ese pasado se diluye, mejor aún, se incendia; sepa que en esa creencia de que hubo alguien que lo amo con justo sentimiento reina la nostalgia alimentada por su fracaso de situación actual, piense que en realidad si esa o esas personas —que ahora son castigadas con la conflagración instruida— le profesaron un amor correspondido por usted, es de esperarse que no se encontraría, usted mismo, en la penosa situación de leer un instructivo como éste. (Si usted se encuentra actualmente en una relación supuestamente amorosa pero lee estas líneas, por favor, por favor, basta con cambiar la cerradura de la entrada a casa o contratar otra compañía telefónica con una marcación distinta. ATENCIÓN: el fuego sólo opera en fotos y, en casos extremos, en cartitas que derraman almíbar cuando las rescata de los fieros efectos del olvido.)

Aclárese con penetrante “mayéutica” (término que los papeles póstumos de los redactores fallecidos de este instructivo dejaron sin aclarar) que usted no merece ser amado; que su egoísmo, egocentrismo, egotismo y egolatría no pueden ser redimensionados al enmarcarlos de generosidad humana exhibida por donar unos cuantos salarios mínimos a fundaciones de invidentes, niños con hambre o sentir en usted el deseo de adoptar un perro callejero. Para amar con autenticidad, como usted podrá experimentar al final de este instructivo, necesita de una buena vez dejarse de hipocresías subastadas en el mercado de las depreciadas emotividades.

Sepa usted que su supuesta belleza, su última compra para el vestidor en el centro comercial de moda, sus bagatelas renovadas año tras año o su manera de ser tan ameno para con los demás en las reuniones de trabajo, de reencuentro generacional o en sus “abordajes” de bar, tampoco lo eximen de esa preclara certeza: pues usted ni nadie merecen ser amados.

Desfallecido por esta certeza, con la cabeza inclinada hacia el frente observando sus zapatos, los cordones de sus zapatos, atendiendo al suelo sobre el que se encuentra ahora, recuerde su infancia, sus juguetes, su sorpresa ante el maravilloso milagro de reír, el sol sobre sus ojos cuando se tumbó al césped en algún parque —hoy devorado por la ciudad—, rememore sus primeras letras, las lecturas en voz alta, tropezadas entre letras, que realizaba de los anuncios en la calle —en los que repetía una y otra vez el producto y las leyendas que los promovían—; probablemente —aunque nada es seguro— esto le dé un respiro para no sentirse tan miserable en este momento, pues quizá ahora se comience a enterar de que su vida hecha pedazos, desmembrada por el despecho ocasionado por la última ruptura “amorosa” o el debilitamiento de la relación marital que dice tener se debe a que, efectivamente, nadie merece ser amado. Recupere el brío, por favor, siga el instructivo hasta el final.

Deje pasar dos, tres o cinco minutos. Arrolladas todas las pretensiones, las vanaglorias y sumergido en la más delirante desolación, advertido el sinsentido del mundo, replegado a su carne, a sus huesos y a la soledad que acompaña irremisiblemente el hecho de existir, interrumpa la lectura de este instructivo y asómese a la ventana, o si se encuentra en alguna banca o silla en el exterior de casa levante la mirada por encima del libro que sostiene entre manos haciéndose el interesante e intelectualón. Sepa, ahora, que muchos comparten ese delirio desolador, que asediados por él, van de un sitio para otro sin encontrarse, sin ubicación alguna. Lamentablemente las guías, callejeros y GPS no tienen función cuando uno no sabe hacia dónde se dirige ni sabe a quién debe buscar. Recuerde que si antes se marcaban números al azar para escuchar la voz e inmediatamente colgar, con la finalidad de no sentirse tan desamparado en el mundo, ahora existen aplicaciones de oferta y demanda en las cuales se pone la fotografía y todo el ególatra perfil; por lo que le instruimos a que evite ir corriendo al cyber de la esquina en lo sucesivo o quedarse hasta altas horas de la noche buscando amores en tales circunstancias, expresión, por lo demás, de poco estilo y nada de dignidad en su persona.

La sensación de desamparo es la más provechosa para desvivirse amorosamente. Ahí, en la ubicación que usted tiene ahora, sabe que el mundo es hostil a la existencia, que nada en lo que usted se ha empeñado (su trabajo, su familia, sus pertenencias, sus zapatos, sus prendas de vestir, sus aparatos tecnológicos de punta) le sirven para refugiarse de esta fragilidad que la vida tiene y la consecuente intemperie que vivir conlleva. Así, a la desesperanza, falta de certezas, convicciones y autoconciencias, deberá sumar su angustia por estar y, no únicamente sentirse, tan solo.

A estas alturas, comience por hacer un fugaz recuento de su vida, de sus días últimos, de las personas que lo llaman por teléfono y no cuelgan la bocina, de toda aquella persona que venciendo el infantil miedo al encuentro constante (pero sin abusar de la petulancia) se acerca a usted con la sensación en las manos, como si se tratase de una ofrenda, de la amargura del vivir, porque sabe, al igual que usted, siempre al igual que usted, de la soledad y la miseria que ahora ambos experimentan; ese tipo de persona que ha llegado al conocimiento (cúspide de todo conocimiento) de ser inmerecedora de amor alguno, pero tiene suficientemente en su sitio la razón. Siéntase próximo al otro, sépase próximo aunque siempre lejano y nunca totalmente cerca del otro ser que lo busca y quiere tenerlo presente en el transcurso de sus días.

Ya con el otro. Experimente ahora la alegría que la calidez de la piel ajena le propicia cuando acerca su mano, cuando sus labios son tocados por los otros labios, cuando camina —usted tan inmerecedor de ser amado— cerca de algún cafetín o una banca con su ser inmerecidamente amado, y juntos observan a algún impávido que ha levantado la mirada, leyendo este instructivo (imaginando que usted y su pareja son unos miserables igual que él).

Sepa que si bien nadie merece ser amado, usted puede ser elegido, arrancado de los brazos de la miseria humana para compartir un lecho -en el piso segundo de la planta tercera del edificio que hace esquina con la calle de Concordia-, una risa extendida en el tiempo, el portento de una caricia “libre y soberana” (como un Estado nación del que cuentan los diputados del partido político en el poder), una caminata con sus zapatos, sí, esos mismos zapatos que antes visualizó con sentido pesar y en el absurdo total. Entonces, comprenderá el regocijo tan grande como el mundo, la felicidad aquella tan linda que le removió el alma cuando vio el juguete nuevo que en día de Reyes Magos (o cualquier otra celebración parecida en cualquier otro credo religioso, propia de estos tiempos de diversidad de credo) se le obsequió sin merecerlo; sabrá que más allá de usted, es decir, ahí en el fondo de usted mismo que siempre lo rebasa y es ilimitado, hay un espacio enorme que sólo puede llenar quien lo ama infinitamente, pues ha constatado que a este espacio ni las cosas varias ni su colección de fotografías añejas ni los viajes ni los encuentros efímeros ni sus lecturas ni los perros adoptivos ni las subastas de su persona en la Red pudieron colmar. Hágase a la idea, y no la abandone por favor, de que ese ser amado es el mejor-usted que puede haber, de que el sitio, el mejor sitio de este mundo, es el que se abre entre usted y su ser amado, en esa distancia eterna y aterradora que un buen día, con el beso aquel primero que nunca olvidará, se vio acortada, reducida a nada, añicos, esquirlas estelares de pesadumbre reventada por su entrega mutua sin enganches, fianzas o garantías; mantenga, alimente la idea, también, con el dato fundamental de que el mejor cobijo para su ser a la intemperie son los brazos de que el ser amado le ofrenda cada tarde, cada mañana, el afecto gratuito, la sonrisa y el llanto que a partir de ahora se propiciarán en esta nueva manera de desvivirse compartidamente (si tiene dudas al respecto lea el instructivo “Cómo vivir con el ser amado”).

Instrúyase en comprender, por favor, que el amar no es una sensación ni una condición humana, sino la activación vital de una idea que para que sea clara y distinta, constante y viva, debe trascender en cada cual la voraz individualidad hambrienta de sí misma, las ideaciones suicidas por la experiencia del absurdo y sinsentido (referidas antes), las maniobras cotidianas que le hacen confundir el amar con industrias de socialización o con ilusiones improcedentes (que son datos arrojados por testimonios escritos o acciones extremas de los desaparecidos o fallecidos coautores de este instructivo). Porque el amar no entra en las dinámicas de productividad laboral o las inercias de concursos de belleza o de "reality show", no hay horas extras ni puntos a favor en el certamen de bikini ni en su generosidad hacia el otro; amar se trata de un desvivirse que no asegura ningún pago justo ni el "paso a la siguiente etapa" o la solución a la opacidad mundana; a partir de ahora, si usted no se mantiene atento y no recuerda constantemente lo que este instructivo le ha señalado, la idea vital activada del amar podrá degenerar en incertidumbres, miedos o traiciones. (Intentaremos hacer un instructivo al respecto, pero sólo queda vivo, a estas alturas, un escritor más de nuestra corporación y no queremos arriesgarlo.) A partir de ahora, en fin, desvívase, por favor, desvívase sin reservas ante la alegría, la complejidad de la comprensión del otro y el aprender a amar adecuadamente a su ser inmerecedor de ello, cuando camina, mirando hacia sus zapatos, con sus cordones desatados, intentando emparejar el paso con el ese otro par de zapatos que ahora caminan amorosamente a su lado en esta ciudad.*